Creo que todas estamos de acuerdo en que ser madres es la
experiencia más maravillosa y emocionante que pueda existir, nuestros hijos
tienen esa magia que solo con una sonrisa o uno de esos besos babeados nos
vuelven locos a todos en la familia, pero también coincidimos en que no todos
los días son color de rosas con nuestros pequeños, estos bebés también poseen
el poder de ponernos patas arriba en un segundo con sus travesuras.
Les digo esto porque ayer fue uno de esos días no tan color
de rosa con Rafael, yo prefiero llamarlo días especiales. El hecho es que solo
quería estar en mis brazos o pegado a mi pecho y si alguien más lo cargaba, no
paraba de llorar, ni siquiera sus juguetes preferidos pudieron ayudar a calmar
su ansiedad, solo colocarlo en su cuna un minuto era razón suficiente para
desatar el llanto más dramático de la historia.
Primero probé con lo más básico, es decir, pañal limpio,
barriguita llena, sacar chanchito, ropa no muy calurosa ni muy desabrigada,
revise cada centímetro de su cuerpo en busca de alguna señal de dolor, Intente
quitándole toda la ropa, bañarlo, le di algunos masajes, escuchamos música,
saque al ruedo todo un desfile de juguetes pero nada de esto tuvo éxito, todos
estos esfuerzos fueron inútiles, sencillamente seguía llorando.
Cuando ya me había dado por vencida y mis nervios a punto de
colapsar, llego mi tía tomo al bebe y metió sus manitas bajo el chorro de agua,
inmediatamente dejo de llorar, admito que jamás se me habría ocurrido a mi hacer eso, entonces vino a mi mente esa
conocida frase “más sabe el diablo por viejo que por sabio”
Al final del día él estaba dormido con esa carita de
angelito que me derrite el corazón y yo a los pies de su cuna como todos los
días, observándolo y dando gracias a Dios por darme la oportunidad de vivir
este día a su lado, amándolo más y recargando mis fuerzas para la siguiente
batalla.
Blanca Valera.