31 diciembre, 2015

Yo no quise ser mamá

Hace casi tres años recibí la noticia, iba a ser mamá. Para mí fue como un baldazo de agua fría pues llevaba tiempo sin tener pareja y un bebé era lo más lejano a mis planes futuros. Y en ese momento mis planes eran dormir, viajar y disfrutar de la vida. Con mis entonces treinta y siete años, la idea de cambiar pañales, desvelarme y proteger a otra vida era prácticamente una pesadilla. Adiós planes y viajes y lo más doloroso, adiós a mi cama.
Mi trabajo también se vería afectado, no volvería a amanecerme escribiendo frente a la computadora bebiendo una taza de café o una copa de vino, ni qué decir cómo cambiaría la decoración de mi adorada habitación. 
Ahora que Ezio tiene casi tres años sigo afirmando: Yo no quise ser mamá. 



Fueron Dios, la vida y el Universo, quienes me volvieron "mamá a la fuerza". Me dieron un pedacito de vida a quien cuidar, a quien amar y por quien vivir. 
Fue el contacto con su piel lo que me cambió el chip. Me di cuenta que yo no quería ser mamá. Yo anhelaba, soñaba, moría por ser mamá desde hace mucho tiempo, sólo que mi corazón no se lo había comunicado a mi cerebro.
Pero mis sueños cambiaron, no se perdieron. Ahora planeo, incluso mientras duermo, los viajes que haremos juntos. No me importa desvelarme cuidándolo, imaginando qué sueña él, pensando si tal vez yo soy parte de sus sueños. Muchas veces me quedo observándolo durante la madrugada y me pregunto qué hice para merecer tan hermosa bendición.  
Ya no me importa si mi habitación se ha visto invadida por Mickey Mouse o el Rayo McQueen porque todo lo de él es ahora parte esencial de mí.






Puede que suene egoísta pero al ser mamá soltera siento que él es todo mío. Que su mundo, sus sueños, sus alegrías y tristezas me pertenecen. Tampoco puedo decir que nuestra convivencia es un lecho de rosas. Tenemos días en los que me convenzo cada vez más que él heredó mi carácter. Y es que educar a un hijo no es nada fácil, es una tarea ardua donde no hay examen sustitutorio ni segunda nota.
Yo recién llevo dos años, siete meses y once días inscrita en el curso intensivo de ser mamá  y sé que estoy muy lejana a recibir el título y ni soñar con la maestría. Sólo me siento segura de estar dando lo mejor de mí. Estoy consciente que hay momentos en los que me equivoco, en los que pierdo la paciencia, en los que me quedo sin energía. Pero a la vez, sé que soy capaz de autocorregirme, admitir mis errores y ofrecerle disculpas a mi hijo para que aprenda que su mamá no es perfecta.




Ahora que culmina un año más sólo quiero agradecer a Dios por haber ignorado el cartelito de "Yo no quiero ser mamá" que llevaba pegado en el vientre. Quiero comprometerme a no regirme de ningún estándar ni ponerme límites, tan sólo ser la mamá que Ezio merece tener. Comprometerme a ser más paciente, a comprender que sus ocasionales pataletas son parte de su crecimiento y a futuro serán anécdotas que recordaremos juntos. A disfrutar cada una de sus ocurrencias y travesuras porque su niñez es  una etapa corta de su vida que algún día añoraré.   
Hoy quiero invitar a todos quienes son padres a darle gracias a la vida por tener a su lado a sus hijos. A reflexionar sobre cómo los están educando, a admitir sus errores y a reconocer sus logros. Como padres jamás seremos perfectos; sin embargo, en el esfuerzo y dedicación que pongamos al criarlos estará nuestra mayor recompensa.
Abracen a sus hijos, recuérdenles cuánto los aman sin esperar motivo o fecha especial. Que cada día sea para ustedes como el inicio de un Año Nuevo. 




Anacé Castellanos
Blogger en Facemom y Maternelle
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